miércoles, 25 de agosto de 2010

Carta Abierta a Los Salias

CARTA ABIERTA A LOS SALIAS

La Gran Tristeza de la Pérdida del Respeto,

Cuando llegué a San Antonio de los Altos después de haber merodeado por años en docenas de rincones, extranjeros y locales, hace veinticinco años, y pisé esta hermosa tierra, la descubrí sana, serena, y acogedora; con el mismo espíritu acogedor que nuestro país ha acogido a millones de visitantes, inmigrantes, viajeros y misioneros de otras costas y rincones; lejanos y diferentes, o vecinos y similares.

Hoy la armoniosa y acogedora faz se está volviendo grotesca caricatura, retorcida mueca, costra y vicio, y basta salir un día a la calle para sentir en nuestra nariz la herida del desaliento y de la pestilencia. Basta cruzar esta pequeña tierra de un rincón al otro, para sentir el castigo en nuestros ojos del atropello visual. Basta intentar llegar a la conciencia de nuestros líderes y vecinos para palpar la apatía, la indiferencia y la risa. Esa risa oculta, disimulada, cómplice. Y basta preguntarse adónde quedó el respeto, para sentir un gigantesco vacío que hace eco desde Rosaleda hasta El Cambural, desde La Mariposa hasta Club de Campo, desde Las Polonias hasta San Vicente. Hemos perdido el rumbo y ni siquiera nos queremos dar cuenta.

Esa totalidad de la tierra, reflejo de la Totalidad Universal; ese espíritu que nos atrajo, réplica en pequeño del Gran Espíritu Universal que anima a todos los seres, aquel aliento de armonía, eco del Aliento Supremo que impregna a todos los seres, ya se ha comenzado a disolver. El respeto a esa Gran Totalidad de esta tierra, que se ha acumulado con el tiempo por los seres que la poblaron desde miles de siglos, mucho antes de existieran los países, ese respeto que palpita en esta tierra desde que los primeros protozoarios merodearon en las piedras, desde que los primeros manantiales irrumpieron de las rocas, ese respeto se ha ido perdiendo.

Pero no solo se ha ido perdiendo; al disolverse el respeto por la tierra que pisaron nuestros ancestros, estamos violando el respeto propio, estamos violando nuestros propios principios, nuestros propios parámetros de lo que es recto, de lo que es justo, de lo que es ético. Y solo va quedando un triste vacío. Porque al perder el respeto propio, al perder nuestra propia rectitud, al perder nuestros propios valores estamos tirando al abismo los principios de nuestros hijos, estamos pisoteando a nuestra propia familia, estamos ensuciando nuestro propio nido, estamos empantanando la cama donde reclinamos nuestras cabezas a la hora del juicio cuando nos entregamos a los brazos de la noche sin saber si despertaremos otra vez.

Y en el lugar de ese profundo respeto que deberíamos tener por la tierra, y por los millones de seres que la poblaron antes de nosotros, y por nosotros mismos como defensores y protectores del rincón que habitamos, por compromiso tácito o escrito, asumido como seres pensantes con conciencia, o jurado ante la Ley por deber sagrado, está quedando un reguero de desperdicios, de promesas rotas, de mentiras y manipulación, de sonrisa disimuladas, de oportunismo barato, de miseria humana vestida de seda, de baja condición disfrazada de política, de mediocridad envuelta en títulos inconsecuentes, de conversaciones secretas, y de acuerdos engañosos, de burla y de decepción. Basta salir a la calle para verlo, para olerlo, para sentirlo.

No importan las excusas vanas que nunca son respuesta. No podemos disimular lo que somos. Nuestro amor y nuestro profundo respeto por el Espíritu que todo lo anima se reflejará en el respeto que le profesamos a los seres que nos han servido, a los individuos que tenemos alrededor, al prójimo que nos escucha.

Igualmente nuestro irrespeto por los seres que tenemos a nuestro alrededor se filtrará a través de nuestros bellos ropajes, de nuestra engañosa sonrisa, de nuestro maquillado discurso. Y cuando llegamos al punto en que nada de lo que decimos lleva ese profundo respeto, quedaremos vacíos de espíritu. Y no importa cuan sonriente saludemos a nuestra familia, estrechemos la manos de nuestros vecinos o calmemos la indignación de los decepcionados, brotará flotando en el ambiente la falsedad de nuestra manipulación, el disimulado engaño y el truculento acomodo a través de un celular.

Porque los resultados de ese Profundo Respeto por el Supremo e Infinito y por los millones de seres que la pisaron antes de nosotros, y por la tierra que nos acogió se mostrará en las calles amplias y arboladas, en sus ríos cristalinos, en gente contenta, en pájaros y en lagartos, en flores y en aire puro, en paredes limpias y en palabra confiable. Y los resultados de nuestro paso por esta tierra se evidenciará no en el bulto de nuestro bolsillo, ni en los caídos por nuestras zancadillas, ni en las familias destrozadas, ni en los niños amenazados, ni en el tamaño del escalón que trepamos a escondidas, ocultando nuestras intenciones; se mostrará en un creciente respeto, ese Profundo Respeto por la tierra y los millones de seres que la poblaron, la recorrieron, la ocuparon antes de nosotros.

Y nuestros hijos heredarán de nosotros ese legado que puede ser de dos tipos y solo dos: el legado de padres oportunistas, trepadores, miserables mendigos del intelecto, mentirosos, indiferentes, apáticos, de palabra escurridiza y maquinada; o el legado de seres íntegros, diligentes, respetuosos de su entorno, de sólidos valores y fuertes convicciones, de palabra blindada; tan valiosa que tenga más peso que un documento.

Hoy siento una gran tristeza por el respeto perdido. Hoy siento en mis ojos la agresión de los gritos soeces en colorinches incomprensibles, siento la bofetada en mi nariz traída por la inocente brisa de Agosto, y la cálida corriente del chaparrón de ayer cargada de trozos de veneno sintético, y escucho miles de excusas remachadas, disculpas huecas, argumentos estúpidos y miles de leyes sin fuerza, promesas sin soporte y creciente miseria corriendo hacia un abismo que reconozco con aterradora conciencia. Porque esto que hoy palpamos a diario es el resultado de veinticinco años de planes y promesas; así que esta noche miren a sus hijos cuando duerman y susúrrenle al oído todo lo que les vamos a legar para el futuro.


Reinaldo Martínez
Agosto de 2010.




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